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martes, 3 de marzo de 2015

Cristal y Pintura manchados


Subway stairs, By: vahu
El subterráneo. Tiempo (Escena) Dos

—Cero 
No digo que todo sea desprecio, pero hasta donde alcanza mi vista de momento es (era) sólo burda ironía.
De alguna forma, desde este (ese) (susodicho) lugar helado no se visualizaba absolutamente nada. El efecto difuminado que provocaba a la vista, y el dolor frío líquido contra la esclerótica y la pupila, impedían cualquier observación. No es que esté dando excusas, lo juro. Los ojos duelen, justo como los pies. Eso puedo decirlo ¿Podría seguir caminando así? Pero yacía, así que no era necesario.
Es (era) fatídico. Siempre había he (había) odiado estas situaciones, en especial el pensar de esta manera, pero no puede dejar de ser posible. Un buen ejemplo de ello sería sentir un (cierto) frío metálico en el cuello y olisquear el ligero aroma a pólvora en el aire, entonces no dejarás de sentirte desdichado, preguntando ¿Por qué? Pero eso es superficial. No es suficiente. Sólo es necesario cubrir los agujeros, y no puedo cubrirlos, estoy en ese mismo círculo inútil.
El frío y calmado líquido, paralizaba punzantemente como hielo.
Yo (él) estaba viéndolo, sintiéndolo como puñales atravesando la piel.
(Rotar, disgregar percepciones)
Y, cada que alguien asomaba su cabeza por la ventana, yo encogía mis hombros en aquel féretro, cual fenómeno de feria, y entonces…
El olor arrogante de un cigarro me dejaba estancado e inmóvil, mientras el perfume caro, por otro lado, sintetizado con el del tabaco, me producía arcadas repentinas ante el choque de olores (cajas) entre ellos y yo. Sus rostros se distorsionaban dentro del agua helada, incluso el del niño, que tenía su nariz pegada mirándome fijamente como observando a una quimera extraña salida de historias.
Aire de sopor y cigarras, suspiros. Allá fuera del líquido congelado en cristales pequeños, no había nada (para mí) además del hielo que entumecía mis pies y manos, el aire podrido que amenazaba con contaminarme y cortes de de vidrio indoloros salidos de los mismos trozos cristalizados del salpicado género húmedo.
Estos eran mundos ajenos a mí, pero eso no era una razón, si tuviera que dejar (explicar) una, simplemente dejaría la inferencia entre mundos, una que es irrealizable. Incluso con una treintena de años viendo este tipo de choque, esta persona (actual) no podía acomodarse a ello; por lo tanto, sólo me hundía dentro de mí mismo, viéndolo con acedia. ¿Cuál de los dos… significados sostenía? No, abiertamente usaré esa palabra. Es la que más se acomoda incluso siendo una dual.
—Uno
Un recuerdo lejano, parecido a un sueño del pasado, reminiscencia particular que había enclaustrado en una caja llamada olvido y nada, que habían sido dispuestas para que desaparecieran, pero no era posible.
La ciudad aúlla. Parece que las briznas de smog quisieran tragarse los edificios y a sus farolas, con destellantes luces difuminadas por el propio humo, mientras el viento azota mi nuca y mi ropa.
Con estas mediocres líneas esbozadas inútilmente entre tiempos narrativos mal expresados, pensaba armar pensamientos en una idea sin sincronización, palabras vacías y sin orden, pero de aquello estaban los conceptos que moldeaban al mundo, estos, y la sustancia principal de la mente.
Enterré mi rostro entre el concreto del edificio y entre mis heladas manos. Un frío punzante como una aguja delgada y larga, parecida al del hielo se reflejaba entre mis pensamientos, mientras se filtraba entre ellos un sentimiento viscoso, sin saber si era oscuro y claro. No necesitaba definiciones como desagradable o agradable para él. Si sólo existía era suficiente.
Estuve seguro que el vaho que salía de mi boca era suficiente para hacerme sentir cálido, pero eso era falso, y la piscina helada, hielo en forma de escarcha de vidrio resquebrajado y esparcido, era suficiente para llevarme de regreso a lo que solían ver mis ojos, la panorámica que algunos llamaban realidad, gracias a una recopilación inútil de hechos que no tenían el más mínimo valor.
Fragmentos apiñados del día a día. La exclusión del sueño, el frío, la incapacidad de observar; parecían espejos perfectos de todo aquello plasmado en una superficie plana con luz, cristal nítido pintado como una mala broma cada vez que se abrían los ojos, mostrando coincidencias constantes, ellas se confabulaban para formar a lo que se referían muchos como situación actual, materialidad de la vista del mundo; frágil concepto que no cumplía para nada con su adjetivo, volviéndose en una concha dura del círculo irrompible, ilusión vomitiva en forma de barrotes.
Sí, la mala broma, condecorada como uno de los más finos raciocinios concurrentes en mi propia mente, lenguaje.
Un frío que lo penetra todo. Aquí estoy, hablándole al viento únicamente porque este no tiene olor ni rostro. Rostro sin color. Mejillas sin carmín. Cuerpo sin olor.
En medio de esta bruma que agita los corazones de los hombres, había decidido mirar como de costumbre a la lejanía llena de colores, tonos escarchados y brillantes que no necesitaba. Incluso si saltaba, incluso si no me entregaba al viento sin color, o me confinaba en aquel féretro oscuro y frío que llenaba los confines del alma, aquello no tendría ni poseía sentido.
¿Dónde estaban tocando mis manos? Sólo el frío aire vacío, la nada reflejada de un cobarde que no creía necesitar combinar el aroma de un perfume caro con el suyo, olor con formas difusas de personalidad y ego, sosteniendo inútilmente su propio color sin mácula. Sosteniendo verdades a medias corrompidas en el sarcófago pútrido del Yo.
Con estas mediocres líneas esbozadas inútilmente entre tiempos narrativos mal expresados, ¿Pensaba forzar una salida del ataúd evitando la fusión de tonos? ¿O solamente recluir aún más las bellas pinceladas propias de una mente?
—Uno
Ojos abiertos.
Estaba viendo el techo.
¿Cuándo me desperté? Esa era una pregunta insustancial.
Brinda en el taxi mientras anudas tu corbata.
Cerré de nuevo los ojos para volver al sueño, dándole la espalda al techo. La luz solar tampoco era un obstáculo.
Hablaba de cosas triviales en medio de una confusión de tiempos. El claustro es necesario. Dentro, el color de una mente rica en su propio aroma se puede conservar. No son necesarias formalidades. Así que corta llanamente el centro de cada tacto que pueda poner en peligro los tonos propios.
La excusa de siempre. Con tiempos diferentes, pero ideas combinadas.
Abruptamente volviendo a un sueño que se repite como una retorcida espiral.
Un Sol al cual le daba la espalda, bañando mi espalda desnuda medio cubierta por una muy delgada sábana blanca.
Los tonos de un color único, camuflados de desagradable y banal gris. Conversaciones intrascendentes y superficiales. Si fuera alguien más romántico y menos frío, podría decir que ocultarse en la caja de seguridad era necesario para no ser lastimado, pero eso era falso, argucia de algunos para sentir lástima del cañón frío con olor a pólvora que susurraba las preguntas a un auto compasión, cobardía ingrata e infundada.
—Pero no soy un tipo romántico—mirando el techo, rodé y abracé el casi transparente trozo de tela que me protegía del frío. El cielo raso, más alto de lo que debería ser, o ilusión óptica que lo transfiguraba de esa forma, estaba predispuesto como si fuera un sueño transitorio de una habitación a pasajes de la mente o panoramas sin lógica y colmados de recuerdos inútiles.
Por lo tanto, en este escenario de metro, la única razón para ser superfluo y gris, no era no ser herido, simplemente no mancharse de cuestiones inútiles.

—Si alguien te tiñe, algo tuyo muere ¿Así es?
Parpadee dos veces.
—Sí.
Un sentimiento reacio a mí, se aferró desde lo más profundo, evitando las pestañas castañas casi pelirrojas del tipo en frente de mí. Mi respuesta se me antojó luego de salir de mis labios, fría y cortante, y no tenía nada en especial que contrariar por ello. Simplemente me sentía algo sorprendido oyendo mi voz luego de mucho tiempo, incluso casi pude detectar un sonido ronco y tosco, mas no me perturbó mi tono, gélido, casi descortés.
Los aplastantes rayos de luz, a pesar de ser tan frágiles, suaves y producir una sensación cálida grata, no eran bien recibidos para mí. El frío, y la humedad eran sentimientos más agradables y entrañables.
El café frío, con un hielo hundiéndose y chocando contra el vidrio, y la luz amarillenta que besaba la madera, dándole un brillo especial al lugar me dejó un momento en blanco, antojándoseme como un paisaje sacado de un lugar hogareño del fondo de mi mente al cual nunca podría volver, y por lo tanto repudiaba. Él sorbió con una pajilla inútilmente larga y retorcida su gran copa de batido de alguna fruta exótica.
— ¿Estás bien, Noa? Te noto raro desde hace rato.
Lancé una especie de mirada mordaz y fría, y dudé sobre responderle, porque darle una respuesta era su mayor placer, y yo no quería entretenerlo. Esa especie de cariño-odio con él perduraba y volaba de polo a polo de vez en cuando.
—No sé cuánto tiempo llevo aquí, sólo eso.
—Oh—respondió como si fuera una cosa sin importancia, y como si estuviera acostumbrado a oír cuestiones por el estilo.
— ¿Esto es real no? Acá y no allá… —las preguntas debían ser directas si algo como el corazón, si así podía ser llamado, ya había sido expuesto. No necesitaba un sarcófago si el mismo había sido destrozado por un tipo como él. No necesitaba otro Yo que suplantara o que me protegiera de las manchas de los otros, no necesitaba una máscara gris sin olor si la habían destrozado por completo. ¿Cómo podría ser tan desvergonzado?
Corazón era una mala broma para llamar algo tan importante y frágil de aquella manera. Lo odiaba. Un término superficial.
—Quien sabe—su mano, de largos dedos empezó a trazar movimientos arácnidos por su mejilla, mientras su palma sostenía su mandíbula— ¿Es eso importante? No es como si no tuvieras lagunas mentales incluso si no cuenta esto, si, es cierto, no es relevante donde estamos, o si esto puede ser llamado real ¿Verdad? De partida no podrías llamar no-real a un sueño, al menos en tu caso.
—Ah… un argumento molesto, pero concuerdo con eso, aunque sólo a medias. Porque en un principio, no tiene sentido si lo dices así, según tú, entonces, como cada recuerdo o escena está cortada e interrumpida, ninguna es real, a diferencia del plano perpetuado de los demás ¿No? No tendría sentido. Porque todo sería ilusiones. Nada real. Sería un poco terrorífico e ideal entrar en pánico ¿No crees?
Sorbió un poco de su jugo azul lechoso, que hacía unos momentos había tenido una tonalidad vainilla, quizás por la luz. Él miró hacia fuera, con satisfactoria somnolencia y felicidad veleidosa y perezosa.
Quité mi vista. Con tremenda inapetencia miré hacia fuera, donde los árboles trazaban macetas junto a las bancas y esparcían su sombra, filtrando cálidos y agradables (para ellos) rayos de Sol. La amplia ventana al lado de nuestra mesa lo permitía, así que me lleve la taza con café helado a mis labios por mero tedio.
—Sería fácil explicarlo con una caja de gato. Porque ninguna de las realidades ha sido confirmada como real, entonces no podríamos decir si es fantasía o algo sólido, si me entiendes, claro—rompió el silencio, y miró repentinamente hacia mí.
—Sí, no es necesario Schrödinger, dado que también lo entiendo—aburrimiento.
Me miro seriamente por segunda vez en lo que lo conocía. La primera fue cuando nos percibimos un día. Cruzó sus brazos, los colocó encima de la mesa.
—Una identidad sellada no tiene ningún chiste. Sólo se va a marchitar dentro, ¿Ves? Si se rompe esa jaula, este será un bonito sitio, cubierto de calidez.
—No tengo interés en ello—corté directamente. Le miré gélidamente, con un tono de algo que ya se había discutido, y que empezaba a ser pesado y largo. Hastiado.
Ladeo su cabeza y sonrió. —No me hagas esto. ¿Por qué todos escogen eso? Siempre los ojos de todos destilan esa frialdad incómoda—no supe identificar si esbozó una sonrisa triste, irónica, o felizmente ansiosa por un premio. Se hizo hacia atrás, pegando su espalda contra la silla de metal de tres patas del café, mientras me observaba como un policía interrogando a un delincuente.
Una magnifica silla de metal entrelazado, de tres fuertes soportes que nunca cojearían.
— ¿Estaría mal recordarte que fui yo quien volvió tu presente en esto? —abarcó todo el lugar donde estábamos. Su voz perdió aquel matiz amable y desinteresado. — ¿Estaría mal decirte también, que ahora mismo ese desagradable féretro ya no existe? ¿Qué podría aplastar todo y absolutamente todo?... Eres tan gracioso, pavoneándote como un Dios mirando su mundo, pero sólo eres un imbécil que no puede aceptar algo diferente a él mismo. Intoxicándose en su propio aroma.
Me levante de la mesa con movimientos vacíos y lentos, para no parecer demasiado apasionado con el tema. Aparte la vajilla. Saqué mi billetera y dejé algunos billetes para pagar el café, no me fijé en la cantidad exacta, y tampoco importaba. No sentía un amor vehemente por el dinero. No era mi objetivo.
—No es de tu incumbencia. Nunca lo fue Richard. Tampoco te lo pedí—mis ojos miraban otro lugar, muy lejano a aquel, donde la voz de él ni siquiera asomaba.
— ¿Y que vas a lograr desde allí? Doblado como un papel sin meta alguna, formando una caja de carne y huesos; desagradable, sólo morir, para que tu cuerpo se pudra después de tu mente. Sin ningún punto de llegada.
Le miré con desdén.
—Repetiré. No es de tu incumbencia. Sólo esfúmate, si quieres aplastar lo que hay dentro del ataúd, adelante. Como dijiste, esta farsa sin sentido sólo tiene una meta, desaparecer. ¿Acaso es tan importante mezclar los colores? Mancharse es desagradable—mi rostro se sombreó, con ligero matiz de asco, mientras recordaba la piscina helada, el tabaco y el perfume pesado—Sólo quería saber si era posible llegar a alguna conclusión distinta, pero mi mente me ha estado molestado y jugando bromas, matizando aquello como lo más hermoso y valioso. No tienen ninguna gracia ni importancia, sin importar cuánto diga lo contrario una parte de mí.
Me acerqué a él, hasta tener mis labios al nivel de su oreja. Sólo se separaban por unas milésimas.
—Esta identidad se pudrirá dentro de este cofre, y no puedes hacer nada. Justo como muchos otros, esta es mi conclusión, Richard, es tu voluntad si deseas aplastarla o dejarla agonizar hasta que el gris llegue a ella—le di unas palmadas en el hombro y le volví a ver de nuevo a los ojos con expresión vacía—Combinarse no tiene ningún valor, y no cambiaré de opinión incluso si lo miras con asco y cobardía. Aplástame—sonreí sacando los diente—anda… ¿Cuándo lo harás, mi Dios de la muerte? Estoy ansioso por saberlo… pero… ¿No puedes verdad? No, porque eres un cobarde.
Me regodee de mis palabras con cruel placer, alejando un paisaje invisible, cambiando un panorama de los ojos como si fuera una ilusión.
Negrura y frío. Sí. Aquello estaba bien. Mejor que un paisaje cubierto de luz.
—1.5
¿Números? Tenía sentido. Sonreí al vacío, mientras mis ojos recuperaban la luz de conciencia. Mis dedos abrazaron el borde de concreto, tan frío con hielo. Saludé una frialdad piadosa que se apoderaba de mi cuerpo y agarrotaba con dulzor mis dedos. Mis ojos se movieron como locos ante el paisaje de la azotea, debajo de mis pies, aceras y pequeñas luces moviéndose.
Unas manos detrás de mí me empujaron. La calidez fue encantadora, sin duda.
El suelo de madera de la habitación del Sol. El piso de cerámica del café, y unas manos tomando las mías para sacarme de aquel cristalino y helado sitio. Era Richard. De forma vaga, y manos pequeñas y jóvenes desde la ventana de un auto, viendo y narrando todo desde un sueño, tomando unas manos toscas de un adulto sosteniendo las miradas de todos desde encima, pintando mi propio rostro con una adorable sorpresa que no lo teñía desde hacía muchos años.
Ah. Mi Dios de la muerte abrazó mis manos, mientras el suelo de madera se sentía increíblemente cálido por primera vez ¿Cómo podría entender los motivos cuales movían aquellas acciones? Me dejé caer, y el viento besó con crueldad diferente al contexto mis mejillas, el agua congelada se desembarazaba de mis pies desnudos con un sentimiento de incomodidad, parecida a haber perdido algo que siempre estaba allí, el vacío en el estómago me sobrecogía. ¿Dónde estaban mis preciados ojos? Veían únicamente su rostro frío que tomaba mis manos, y me abandonaba a mi suerte empujándome.
En sus parpadeos lo vi, un ideal absurdo, coloreado, pero no dentro de un sarcófago pintado por encima, era de tono único, formato abstracto y singular, no limitado por aquellas paredes translúcidas y a la vez oscuras, era puro, y me conmovió, nuevamente, en mucho tiempo.
Estiré mis manos mientras susurraba. Mis oídos silbaban.
—Lo siento. Los engranajes que no se mueven deben ser removidos y reemplazos…o simplemente limpiados… para que esto, magnífica máquina llamada sociedad se mueva, los ataúdes deben ser removidos.
—Dos
Abrí los ojos. Sostuve mis recuerdos en la estación de tren. El ruido insoportable hirió mis oídos. Masqué con sorna un trozo de chocolate como si fuera tabaco, la tableta grande, produjo un ruido característico mientras la troceaba con un colmillo, se arrancó un trozo grande, que engullí.
Sin anudar la corbata, pero sin hablar, estaba viendo a la multitud, mientras mascaba con parsimonia, y un poco de deleite. Solo y solamente viendo, no actuando. Allí estaba el mundo, cubierto de gris, y de color. Y nada más.